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En 2020 nada transcurrió según lo previsto. Estábamos listos para un año decisivo y nos preparábamos para una serie de compromisos importantes en procesos internacionales. Cuando llegó la pandemia, como muchos otros, tuvimos que replantearnos nuestras prioridades y nuestra forma de trabajar, así como aprender a dominar las nuevas tecnologías y a ser creativos cada día. De la noche a la mañana nos tuvimos que convertir en una nueva red, sin perder de vista nuestros objetivos.

En este contexto, el mundo alcanzaba un punto crítico, el llamado a un cambio sistémico empezó a resonar cada vez con más fuerza. Las brechas de la desigualdad social se hicieron aún mayores, y múltiples crisis asolaron a muchas comunidades. Destacó el papel del personal sanitario, sobre todo de las mujeres, tanto por su carácter esencial, como por su vulnerabilidad. Nos tomamos un tiempo para la reflexión a través de documentos públicos, tratando de darle sentido. En medio de toda esta situación, las protestas en torno a Black Lives Matter suscitaron debates difíciles. A través de la evolución del discurso iniciado al año anterior en el Sínodo Panamazónico, la necesidad de descolonizar las mentalidades se convirtió en una cuestión de urgencia. En ese proceso de introspección nos seguimos planteando el reto de predicar con el ejemplo a través de compromisos que nos permitieran reducir nuestra huella de carbono como organización, además de lanzar un sitio web para recabar ideas y presentar estudios de caso de miembros de CIDSE.

Pese a la imposibilidad de salir a la calle a manifestarnos y hacer oír nuestra voz en conferencias internacionales, la crisis climática sigue cerniéndose ominosa en el horizonte, por lo que no retrocedemos en nuestro compromiso: a través de la participación en el grupo de trabajo ecológico de la Comisión sobre la COVID-19 del Vaticano, de la creación de espacios en línea para el compromiso de los jóvenes, así como de la amplificación de las voces de nuestras copartes. También lideramos otras iniciativas y actividades importantes como la declaración de los obispos a favor de la diligencia debida y la conexión de la sociedad civil africana para defender los derechos sobre la tierra.

Pese a sentir que todo el sistema se derrumbaba, también nos dimos cuenta de que la solidaridad, a todos los niveles, resulta crucial para contener la pandemia: desde el apoyo mutuo entre vecinos hasta la disponibilidad de una vacuna para todos a nivel mundial. En otoño recibimos la nueva encíclica Fratelli Tutti como un regalo que nos recordaba hasta qué punto nos necesitamos unos a otros como hermanas y hermanos y que no podemos salir de esta crisis solos. Aunque hemos tenido que encarar una dura realidad, nuestra esperanza ha crecido y nos hemos dado cuenta de que ha llegado, al fin, el momento de cambiar las cosas y en profundidad. El cambio sistémico se abrió un hueco en la agenda mundial y ya no se puede ignorar. Como muchas otras organizaciones aliadas, nos hemos comprometido a “reconstruir mejor”.

Citando las palabras que nos dirigió Amanda Gorman: “Siempre hay luz si somos lo suficientemente valientes para verla, ¡Si somos los suficientemente valientes para verla!”.

Os invito a leer nuestro informe anual 2020 para poneros al día sobre un año duro, pero muy especial, así como para conocer cuáles serán nuestros siguientes pasos.